
Algunos finales lastiman y dejan cicatrices. Otros son esperados y bienvenidos. Hay inclusos algunos que nos dibujan una sonrisa al recordarlos. Hay finales felices, donde se comen perdices. Otros son como una puerta que se cierra, para poder empezar de nuevo, con mil opciones para elegir... En todos estos, sea para bien o para mal, hay un momento bisagra, un antes y un después, un ciclo culminado, completo o caducado.
En esta realidad, las circunstancias nos obligan a hacer un pequeño stop e inmediatamente ponernos nuevamente en movimiento, avanzar hacia a delante. Pero cuando ese final no se concreta, la historia detenida nos mantiene anclados en su inactividad, las redes de la indecisión amarran nuestro avance. Y la comodidad, el miedo, la pereza y la rutina, terminan eligiendo por nosotros.
Y en el amor siempre todo se complica. Poner las cosas en claro siempre es una apuesta al todo o nada. Y el miedo al final determinante, negocia ilícitamente, con esa apariencia de acuerdo, de voluntad. Entregarnos a ese tibio abrazo, aún falto de calidez, puede hacernos sobrevivir al frío invierno...
La cuestión se mira a través del lente de la tenencia... Tenerlo todo? Perderlo todo? O elegir la escala de grises, con medias tintas, con trazos esfumados...
A veces hace falta más que valor para enfrentar una situación de final... A veces no estamos preparados, a veces es más fácil dejar que el agua corra, con la esperanza de que algún día llegue al mar...